Dudas Frecuentes – RAE
Respuestas a una selección de las preguntas frecuentes planteadas por los usuarios del servicio de consultas lingüísticas e la Real Academia Española de la lengua.
«Porqué» / «porque» / «por qué» / «por que»
a) porqué
Es un sustantivo masculino que equivale a causa, motivo, razón, y se escribe con tilde por ser palabra aguda terminada en vocal. Puesto que se trata de un sustantivo, se usa normalmente precedido de artículo u otro determinante:
No comprendo el porqué de tu actitud [= la razón de tu actitud].
Todo tiene su porqué [= su causa o su motivo].
Como otros sustantivos, tiene plural:
Hay que averiguar los porqués de este cambio de actitud.
b) por qué
Se trata de la secuencia formada por la preposición por y el interrogativo o exclamativo qué (palabra tónica que se escribe con tilde diacrítica para distinguirla del relativo y de la conjunción que). Introduce oraciones interrogativas y exclamativas directas e indirectas:
¿Por qué no viniste ayer a la fiesta?
No comprendo por qué te pones así.
¡Por qué calles más bonitas pasamos!
Obsérvese que, a diferencia del sustantivo porqué, la secuencia por qué no puede sustituirse por términos como razón, causa o motivo.
c) porque
Se trata de una conjunción átona, razón por la que se escribe sin tilde. Puede usarse con dos valores:
• Como conjunción causal, para introducir oraciones subordinadas que expresan causa, caso en que puede sustituirse por locuciones de valor asimismo causal como puesto que o ya que:
No fui a la fiesta porque no tenía ganas [= ya que no tenía ganas].
La ocupación no es total, porque quedan todavía plazas libres [= puesto que quedan todavía plazas libres].
También se emplea como encabezamiento de las respuestas a las preguntas introducidas por la secuencia por qué:
—¿Por qué no viniste? —Porque no tenía ganas.
Cuando tiene sentido causal, es incorrecta su escritura en dos palabras.
• Como conjunción final, seguida de un verbo en subjuntivo, con sentido equivalente a para que:
Hice cuanto pude porque no terminara así [= para que no terminara así].
En este caso, se admite también la grafía en dos palabras (pero se prefiere la escritura en una sola):
Hice cuanto pude por que no terminara así.
d) por que
Puede tratarse de una de las siguientes secuencias:
• La preposición por + el pronombre relativo que. En este caso es más corriente usar el relativo con artículo antepuesto (el que, la que, etc.):
Este es el motivo por (el) que te llamé.
Los premios por (los) que competían no resultaban muy atractivos.
No sabemos la verdadera razón por (la) que dijo eso.
• La preposición por + la conjunción subordinante que. Esta secuencia aparece en el caso de verbos, sustantivos o adjetivos que rigen un complemento introducido por la preposición por y llevan además una oración subordinada introducida por la conjunción que:
Al final optaron por que no se presentase.
Están ansiosos por que empecemos a trabajar en el proyecto.
Nos confesó su preocupación por que los niños pudieran enfermar.
¿Por qué "bíceps" se escribe con tilde si es una palabra llana terminada en "s"?
Cuando pensamos en las reglas de acentuación gráfica de las palabras llanas y agudas, se nos vienen a la cabeza sus terminaciones como una retahíla bien aprendida en la escuela. Si las palabras agudas se tildan cuando terminan en n, s o vocal, las llanas, por contra, llevan tilde cuando no terminan de esa manera, esto es, cuando acaban en consonante distinta de n y s.
Aplicando estas pautas, una palabra como bíceps, que es llana, no debería tildarse porque termina en s y, sin embargo, se escribe con tilde. Pero no es la única, pues también se tildan, terminando en s, palabras llanas como fórceps, tríceps, clárens, siémens y muchos plurales de palabras acabadas en consonante, como cómics, pícnics, referéndums, accésits, etc. ¿Son acaso todas estas palabras excepciones a las reglas que tan bien conocemos todos?
Durante mucho tiempo las ortografías no tuvieron en cuenta estos casos porque, cuando se formularon por primera vez las reglas generales de acentuación, eran muy pocas las voces terminadas en dos consonantes, apenas unos pocos cultismos procedentes del latín que conservaban el grupo consonántico final de su étimo latino: bíceps, fórceps, prínceps…
Sin embargo, ese grupo de palabras ha ido creciendo con el tiempo por la incorporación constante de voces procedentes de otras lenguas, principalmente del inglés, que terminan en consonantes distintas de las habituales en español en esa posición (los familiares finales en l, r, n, d, s, z). Ahora tenemos muchos préstamos de otras lenguas terminados en consonantes como b, c, k, f, g, m, p, t e incluso v: esnob, bloc, cómic, anorak, chef, cíborg, tándem, robot, molotov…; entre ellos, también, muchos latinismos: currículum, presídium, réquiem, ultimátum, hábitat… El plural de todas estas palabras, que se forma añadiendo una s al singular, da lugar a muchos grupos consonánticos en posición final: esnobs, cómics, anoraks, chefs, cíborgs, currículums, presídiums, réquiems, ultimátums, hábitats… Y hay también extranjerismos, como iceberg, récord o wéstern, ya en singular terminados en dos consonantes, que añaden una tercera, la s, en el plural: icebergs, récords, wésterns.
Ese aumento del número de palabras terminadas en más de una consonante en español condujo, finalmente, a formular un añadido a las primitivas reglas: se escriben también con tilde las palabras llanas acabadas en más de una consonante (aunque la final sea n o s, como wéstern, cómics, récords) y no se tildan las agudas con esa misma terminación (aunque terminen en s, como zigzags, mamuts, icebergs).
Teniendo en cuenta este añadido a las primitivas y archisabidas reglas generales de acentuación, estaremos en condiciones de tildar correctamente las palabras polisílabas en español.
«Echo», «echa», «echas» / «hecho», «hecha», «hechas»
Todas las formas del verbo echar (que significa, a grandes rasgos, ‘tirar’, ‘poner o depositar’ y ‘expulsar’) se escriben sin h:
Siempre echo los papeles a la papelera.
Si echas más sal al guiso, lo estropeas.
Hay que echar la carta al buzón.
Tienes suerte si no te echa de aquí ahora mismo.
El verbo echar forma parte de la locución echar de menos, que significa ‘añorar’:
Te echo de menos.
¿Me habéis echado de menos?
O de la locución echar a perder, que significa ‘estropear’:
Siempre lo echas todo a perder.
También de la perífrasis «echar a + infinitivo», que indica el comienzo de la acción expresada por el infinitivo:
Siempre se echa a reír en el momento más inoportuno.
Casi me echo a llorar.
Aunque se pronuncian igual, no deben confundirse en la escritura las formas echo, echas, echa, del verbo echar, que se escriben sin h, y las formas hecho, hecha, hechas, del participio del verbo hacer, que se escriben con h, al igual que el sustantivo masculino hecho (‘cosa que se hace o que sucede’), tanto cuando se utiliza como tal como cuando forma parte de la locución de hecho (‘efectivamente, en realidad’):
¿Has hecho lo que te dije?
Aunque iba con prisa, dejó hecha la cama.
Ya están hechas las tortillas.
El hecho es que hemos solucionado el problema.
Quería olvidarla. De hecho, intenté no volver a verla.
¿Por qué «mí» se escribe con tilde, pero «ti» no?
La tilde en español sirve para indicar cuál es la sílaba que se pronuncia con acento en las palabras polisílabas. Las palabras monosílabas se escriben sin tilde según la regla general porque, si son átonas, la tilde carece de justificación y, si son tónicas (es decir, si se pronuncian con acento), este solo puede recaer en la única sílaba que las forma. El principio de economía por el que se rige el sistema de reglas de acentuación gráfica del español rechaza toda tilde innecesaria.
No obstante la regla general aludida, existen unos cuantos monosílabos de uso frecuente que se escriben con tilde: tú, él, mí, sí, sé, dé, té, qué, quién. Estos monosílabos llevan una tilde llamada diacrítica. Este nombre procede de la voz griega διακριτικός (diakritikós), que significa ‘que distingue’. Se trata, en efecto, de una tilde cuya función es precisamente esa: distinguir palabras de idéntica forma, de las cuales una es tónica (es decir, se pronuncia con acento en la cadena hablada) y otra átona (carece de acento): tú/tu, él/el, mí/mi, sí/si, sé/se, qué/que… Naturalmente, de cada par, se escribe con tilde la palabra tónica.
En ese pequeño grupo de monosílabos escritos con tilde diacrítica se encuentran mí, pronombre personal tónico de primera persona de singular (A mí me gusta), y sí, pronombre personal tónico de tercera persona de singular o plural (Lo quiere para sí/Lo quieren para sí), además del adverbio de afirmación sí (Dice que sí), que, como todos los adverbios, es también una palabra tónica. La tilde diacrítica distingue esos monosílabos tónicos del posesivo átono mi (mi casa) y de la conjunción átona si (Si quieres, vamos juntos), respectivamente. ¿Y qué pasa con el elemento ausente de esta serie, el pronombre de segunda persona ti? El parecido formal y la identidad funcional de este pronombre con mí y sí invita a pensar que también ha de tildarse y, así, muchos hablantes, llevados por un sentimiento de equidad acentual, escriben erróneamente con tilde este monosílabo.
Sin embargo, este pronombre tónico no debe tildarse por una simple razón: la tilde ahí no está justificada porque no existe otra palabra idéntica, pero átona, de la que deba distinguirse. En este caso, pues, la asimetría es la solución correcta:
Solo piensa en sí mismo; no nos tiene en cuenta ni a ti ni a mí.
Cambio de la «y» copulativa en «e»
La conjunción copulativa y toma la forma e ante palabras que empiezan por el sonido vocálico /i/ (i- o hi- en la escritura): Eres único e irrepetible; Necesito aguja e hilo.
Excepciones:
• Cuando al sonido /i/ le sigue una vocal con la que forma diptongo: La mesa es de madera y hierro (no de madera e hierro).
Con aquellas palabras que, como hiato o ion, pueden articularse con hiato ([i – á – to], [i – ón]) o con diptongo ([yá – to], [yón]), es válido el uso de e (si se pronuncia un hiato) o de y (si se pronuncia un diptongo): diptongo e hiato o diptongo y hiato; moléculas e iones o moléculas y iones.
• Cuando la conjunción se hace tónica y adquiere un valor adverbial en oraciones interrogativas: ¿Y Inés? (‘¿dónde está Inés?’ o ‘¿qué tal Inés?’).
Si la palabra que sigue a la conjunción no es española y comienza por el sonido vocálico /i/, sigue vigente la regla, aunque por tratarse de una voz extranjera el sonido /i/ inicial no se escriba como i o hi:
Escriba su teléfono e e-mail (la e de e-mail se pronuncia [i] en inglés).
Paralelamente, la conjunción copulativa mantiene la forma y si la voz que la sigue no empieza con el sonido /i/, aunque gráficamente se escriba con i- o hi-:
En esa fecha se produjo el encuentro entre Franco y Hitler (el apellido alemán Hitler se pronuncia con h aspirada).
Hasta el momento ha sacado dos discos: Life y I adore you (I se pronuncia [ái] en inglés).
Cambio de la «o» disyuntiva en «u»
La conjunción disyuntiva o toma la forma u ante palabras que empiezan por el sonido vocálico /o/ (o- u ho- en la escritura): unos u otros, minutos u horas, ordenar u organizar.
Cuando la conjunción disyuntiva o va seguida de una expresión numérica que empieza por la cifra 8, como 8, 80, 81, 800, etc., también debe adoptar la forma u, tanto en la lectura como en la escritura, porque las palabras que representan estas cifras (ocho, ochenta, ochenta y uno, ochocientos…) empiezan por el sonido /o/: 700 u 800.
La conjunción o también se transforma en u si la palabra que sigue comienza por /o/ en las correlaciones disyuntivas, en las que aparece una conjunción ante cada una de las opciones posibles: Los hornos antiguos eran o circulares u ovalados; La disyuntiva era clara: u obteníamos beneficios pronto o habría que cerrar la empresa.
«Halla» / «haya» / «aya»
La mayor parte de los hispanohablantes pronuncian estas tres palabras de la misma forma, ya que está muy generalizada la pérdida de la distinción de los sonidos que representan las grafías ll e y. Pero conviene distinguirlas adecuadamente en la escritura:
a) haya
Puede ser un verbo o un sustantivo:
• Como verbo, es la forma de primera o tercera persona del singular del presente de subjuntivo del verbo haber. Con este valor se utiliza, bien seguida de un participio para formar el pretérito perfecto (o antepresente) de subjuntivo del verbo que se esté conjugando (haya visto, haya mirado, etc.), bien como verbo de una oración impersonal:
Espero que Luis haya aprobado.
No cree que el niño se haya vestido solo.
Quizá haya algo que podamos hacer.
Si estas oraciones se expresasen en otro tiempo verbal, la forma haya sería reemplazada por otra forma del verbo haber:
Esperaba que esta vez Luis hubiese aprobado.
No creía que el niño se hubiese vestido solo.
Quizá habría algo que pudiéramos hacer.
• Como sustantivo, es femenino y designa un tipo de árbol:
Hay que podar el haya del jardín.
Se sentó a la sombra de una frondosa haya.
b) halla
Es la forma de la tercera persona del singular del presente de indicativo, o la segunda persona (tú) del singular del imperativo, del verbo hallar(se), que significa ‘encontrar(se)’:
No sé cómo lo hace, pero halla siempre una excusa perfecta para no ir.
La sede de la organización se halla en París.
La flora se halla constituida por diferentes especies.
Halla la hipotenusa del siguiente triángulo rectángulo.
Obsérvese que en estos casos la palabra halla se puede sustituir por la forma encuentra:
No sé cómo lo hace, pero encuentra siempre una excusa perfecta para no ir.
La sede de la organización se encuentra en París.
La flora se encuentra constituida por diferentes especies.
Encuentra la hipotenusa del siguiente triángulo rectángulo.
c) aya
Es un sustantivo femenino que significa ‘mujer encargada en una casa del cuidado y educación de los niños o jóvenes’:
Aún se acordaba del aya sabia y cariñosa de su infancia.
La vieja aya seguía llevando a los niños al parque.
¿Se debe escribir «paracetamol», con minúsculas, o «Paracetamol», con mayúsculas?
Para referirnos a un medicamento podemos utilizar dos denominaciones: la que corresponde a su principio activo (esto es, la de la sustancia química que produce la respuesta deseada en el organismo) o la que corresponde a su nombre comercial. Por ejemplo, Gelocatil, Dolocatil o Antidol son algunos de los nombres registrados con los que se comercializa el principio activo llamado paracetamol.
Los nombres comerciales, al igual que las marcas y otros nombres registrados, son nombres propios, de ahí que se escriban con mayúscula inicial; en cambio, los de los principios activos de los medicamentos son nombres comunes, al igual que los de otros compuestos y sustancias químicas, razón por la que deben escribirse con minúscula: paracetamol, atropina, lorazepam, aciclovir, hidroclorotiazida, hidrocloruro de barnidipino.
Aunque en los envases de los medicamentos genéricos figura el nombre del principio activo escrito con mayúscula inicial, seguido del laboratorio fabricante, esta mayúscula se debe a que se encuentra a comienzo de una línea independiente de información, y no debe mantenerse cuando estas voces se emplean en el interior de los textos.
Los nombres de estos principios activos se fijan conforme a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para las denominaciones comunes internacionales (DCI) y presentan una forma adaptada a cada lengua. Así, mientras que en inglés se emplean, por ejemplo, las formas atropine o benzocaine, sus equivalentes en español son atropina y benzocaína.
se usa la abreviatura «a. m.»
Si se usa la abreviatura «a. m.» para indicar las horas anteriores al mediodía y «p. m.» para las posteriores al mediodía, ¿cuál se emplea para indicar las 12 del mediodía?
El uso de las abreviaturas a. m. y p. m. permite distinguir la franja del día a la que corresponde una hora cuando se usa el sistema de doce horas y no el de veinticuatro. De no usar esas indicaciones, sería imposible saber si una expresión escueta como las 6 corresponde a la mañana o a la tarde.
El mediodía (en latín meridies) es el momento que se toma como referencia para dividir las horas del día en dos franjas; así, las horas anteriores a él se acompañan de la abreviatura a. m. (ante meridiem, esto es, ‘antes del mediodía’) y las posteriores se indican con la abreviatura p. m. (post meridiem, ‘después del mediodía’).
¿Qué sucede entonces con las doce de la mañana? Que, al ser estrictamente el mediodía, se produciría una contradicción si se empleasen las abreviaturas que indican anterioridad o posterioridad a ese punto de referencia. Por tanto, lo indicado en este caso es utilizar simplemente la abreviatura m. (de meridies ‘mediodía’): 12 m. [= doce del mediodía o de la mañana].
¿Y para las 12 de la noche? En este caso se recomienda usar la abreviatura a. m., considerando que a medianoche comienza un nuevo día y, por tanto, su indicación horaria es anterior al mediodía de este: 12 a. m. [= doce de la noche].
Aunque en algunos dispositivos electrónicos, como relojes o despertadores digitales, está extendida la representación de estas indicaciones como siglas (AM, PM), lo adecuado cuando se emplean en un texto es escribirlas como abreviaturas, esto es, con minúsculas y sin prescindir del punto abreviativo ni del espacio entre sus elementos: «Ya en el aeropuerto, solo pude salir en el vuelo de las 9 a. m. del sábado» (Mario Benedetti Primavera con una esquina rota [Uruguay 1982]).
¿Empezó una nueva década del siglo XXI en 2020?
A comienzos de 2020, el cambio de decena en el número que identifica el año en el que estamos provocó un aluvión de consultas sobre si entrábamos o no en una nueva década del siglo xxi. Aun no siendo una cuestión estrictamente lingüística, está relacionada con el sentido que damos a la palabra década.
En nuestro sistema cronológico (que se rige por el calendario gregoriano), las décadas, así como los siglos y los milenios, comienzan el 1 de enero de un año terminado en 1 y finalizan el 31 de diciembre de un año terminado en 0.
Esta característica se debe a que, en este calendario, que toma como referencia para el inicio del cómputo cronológico el nacimiento de Cristo, no existe el año cero, esto es, del año 1 a. C. se pasa al año 1 d. C., como se ve en la siguiente línea temporal:
Así, el 1 de enero del año 1 d. C. es la fecha en que comienzan tanto la primera década como el primer siglo y el primer milenio de nuestra era. En consecuencia, todas las décadas, siglos y milenios posteriores siguen este patrón y empiezan en un año terminado en 1. Por tanto, la tercera década del siglo xxi no da comienzo hasta el 1 de enero de 2021.
¿A qué aluden entonces expresiones como la década de los veinte, de los treinta, etc., usadas regularmente en textos de historia? ¿No indicarían que las décadas comienzan en un año terminado en cero? En ese caso lo que sucede es que, al igual que decenio, la palabra década significa ‘periodo de diez años consecutivos’, y esto hace que sea también válido su uso para referirse a los diez años de cada siglo que tienen la misma cifra en su decena. Así, cuando hablamos de la década de los veinte del siglo pasado nos referimos a los años comprendidos entre 1920 y 1929, del mismo modo que los años veinte del siglo xxi no son los que constituyen la tercera década en su cómputo cronológico (que va de 2021 a 2030), sino los años comprendidos entre 2020 y 2029.
¿Cuándo se usa cada tipo de comillas?
Unas veces, cuando escribimos, necesitamos reproducir directamente palabras o pensamientos ajenos. Otras veces nos interesa llamar la atención acerca de una palabra o expresión del texto que pertenece a otro registro o a otra lengua, o que se usa con algún sentido especial. No es nada raro que pasen ambas cosas a la vez; es decir, que estas voces especiales aparezcan en el interior de un discurso que queremos transcribir literalmente. Pero ¿qué sucede cuando hay que citar un fragmento que a su vez contiene otra cita en cuyo interior aparece alguna de estas voces peculiares? En esos casos entran en juego los tres tipos de comillas del español.
En español usamos tres clases de comillas: las angulares, llamadas también latinas o españolas (« »), las inglesas (“ ”) y las simples (‘ ’). Aunque en los textos manuscritos se emplean las inglesas, en los impresos se recomienda usar primero las angulares, reservando las inglesas y las simples, en este orden, para entrecomillar partes de un texto ya entrecomillado:
Yo ya se lo había advertido: «Ten cuidado, que se rompe». Al poco rato, se me acerca con una rueda en la mano y carita compungida: «Se me ha “rompido” sin querer». Y le digo, conteniendo la risa: «¿Cómo que “se me ha ‘rompido’ sin querer”?».
Como se ve, nada impide que concurran dos o más tipos de comillas, pero siempre hay que cerrar primero, igual que en un juego de muñecas rusas, las que se abrieron en último lugar.
Puesto que no es habitual encontrar en un texto tres citas incrustadas (o una voz resaltada dentro de una cita incrustada en otra cita, como aquí), las comillas simples se utilizan poco. No obstante, estas comillas también se emplean, en obras de carácter lingüístico, para enmarcar los significados de palabras o expresiones:
La palabra sintoísmo proviene del japonés shinto (‘camino de los dioses’).
Una curiosidad: las comillas angulares no figuran como primera opción en los teclados; para insertarlas en un texto, hay que escribir las combinaciones Alt + 174 para las de abrir («) y Alt + 175 para las de cerrar (»).
«El agua», «esta agua», «mucha agua»
El sustantivo agua es de género femenino, pero tiene la particularidad de comenzar por /a/ tónica (la vocal tónica de una palabra es aquella en la que recae el acento de intensidad: [água]). Por razones de fonética histórica, este tipo de palabras seleccionan en singular la forma el del artículo, en lugar de la forma femenina normal la. Esta regla solo opera cuando el artículo antecede inmediatamente al sustantivo, de ahí que digamos el agua, el área, el hacha; pero, si entre el artículo y el sustantivo se interpone otra palabra, la regla queda sin efecto, de ahí que digamos la misma agua, la extensa área, la afilada hacha. Puesto que estas palabras son femeninas, los adjetivos deben concordar siempre en femenino: el agua clara, el área extensa, el hacha afilada (y no el agua claro, el área extenso, el hacha afilado).
Por su parte, el indefinido una toma generalmente la forma un cuando antecede inmediatamente a sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica: un área, un hacha, un águila (si bien no es incorrecto, aunque sí poco frecuente, utilizar la forma plena una: una área, una hacha, una águila). Asimismo, los indefinidos alguna y ninguna pueden adoptar en estos casos las formas apocopadas (algún alma, ningún alma) o mantener las formas plenas (alguna alma, ninguna alma).
Al tratarse de sustantivos femeninos, con los demostrativos este, ese, aquel o con cualquier otro adjetivo determinativo, como todo, mucho, poco, otro, etc., deben usarse las formas femeninas correspondientes: esta hacha, aquella misma arma, toda el agua, mucha hambre, etc. (y no este hacha, aquel mismo arma, todo el agua, mucho hambre, etc.)
¿La letra «y» se escribe con tilde en algún caso?
El acento prosódico no afecta por igual a todos los elementos de la sílaba acentuada: son la vocal o las vocales que constituyen su núcleo las que se ven más alteradas en sus valores acústicos; de ahí que la tilde, el signo gráfico que representa el acento prosódico, se coloque precisamente sobre las vocales: a (árbol), e (café), i (típico), o (balón), u (único). Pero estas cinco letras no son las únicas con valor vocálico en español: la letra y puede también representar el fonema vocal /i/, como sucede en la conjunción copulativa y (tierra y aire) o, a final de palabra, en voces como ay, rey, estoy, cuy, buey, Uruguay… En ninguno de estos casos el acento prosódico recae sobre la letra y, de modo que no se necesita tildarla.
Sin embargo, existen algunas palabras en las que esta letra, teniendo valor vocálico, aparece en otras posiciones, en palabras cuya grafía no se acomoda a las pautas ortográficas del español actual. La mayoría son nombres propios —topónimos y apellidos principalmente— que han conservado su forma antigua, propia de épocas en las que era habitual el uso de la y en posición interior o inicial de palabra; es el caso de Ayllón, Goytisolo, Guaymas, Ynduráin o Yrigoyen, por ejemplo.
Cuando en uno de estos casos excepcionales recae sobre la y el acento prosódico y la palabra debe tildarse según las reglas de acentuación, la tilde se escribirá necesariamente sobre esa letra; así sucede, por ejemplo, en el topónimo Aýna (municipio de la provincia de Albacete) o en los apellidos Laýna o Laýnez, ya que los hiatos de vocal cerrada tónica en contacto con vocal abierta deben tildarse obligatoriamente.
Esta necesidad se plantea también en las ediciones modernas de textos antiguos acentuadas según las reglas ortográficas actuales. En ellas es posible encontrar muchas palabras con grafías antiguas en las que las reglas de acentuación obligan a escribir con tilde la letra griega: no solo nombre propios, como Ýscar, Ýñigo, Ýñiguez, sino palabras de uso frecuente entonces como otrosý, ansý, aýna o el antiguo adverbio ý (hoy ahí), donde la tilde tiene valor diacrítico, pues lo distingue de la conjunción átona y: «Y la reina ý gran gloria tuvo» (Feliciano de Silva Florisel de Niquea (3.ª parte) [España c. 1534]).
¿Se dice «adecua» o «adecúa»?, ¿«evacuo» o «evacúo»?
Los verbos terminados en -uar, como adecuar y evacuar, pertenecen al grupo de los verbos llamados vocálicos, porque su raíz no termina en consonante, como en cant-ar, com-er o viv-ir, sino en vocal: adecu-ar, evacu-ar, averigu-ar, actu-ar, insinu-ar. Este tipo de verbos se conjugan de dos maneras: manteniendo en todas sus formas el diptongo entre la vocal de la raíz y la vocal siguiente, o alternando el diptongo en unas formas y el hiato en otras.
El grupo de verbos con diptongo en todas sus formas se conjuga siguiendo el modelo de averiguar: averiguo, averiguas, averigua, averiguó, averiguaste… A él pertenecen los verbos terminados en -guar y -cuar: aguar, amortiguar, apaciguar, atestiguar, fraguar, menguar, santiguar; adecuar, evacuar, licuar…
Al segundo tipo de verbos, los que alternan formas con diptongo y formas con hiato, pertenece el verbo actuar. En su conjugación tienen diptongo las formas en las que el acento prosódico recae en la desinencia o terminación (actuaré, actuarás, actuará, actuarán, actuaría, actuarías, actuaríamos…); mientras que presentan hiato aquellas en las que el acento recae en la /u/ de la raíz (actúo, actúas, actúa, actúe, actúes, actúen…). El resto de los verbos terminados en -uar (es decir, los que no acaban en -guar ni en -cuar) se conjugan siguiendo el modelo de actuar y alternan en su conjugación formas con hiato y con diptongo: acentuar (acentuaré, acentuaría…; pero acentúo, acentúas, acentúa, acentúe…), atenuar, consensuar, continuar, desvirtuar, efectuar, habituar, insinuar, perpetuar, puntuar, situar.
Los verbos terminados en -cuar, entre ellos adecuar y evacuar, presentan, no obstante, una particularidad frente al resto de los verbos vocálicos, pues se pueden conjugar de las dos formas: en el uso culto se han venido conjugando según el modelo de averiguar (adecuo, adecuas, adecuan, adecue, adecuen…; evacuo, evacuas, evacuan, evacue, evacuen…; licuo, licuas, licuan, licue, licuen…); sin embargo, en los últimos años se ha extendido entre los hablantes el uso de formas con hiato según el modelo de actuar (adecúo, adecúas, adecúan, adecúe, adecúen…; evacúo, evacúas, evacúan, evacúe, evacúen…; licúo, licúas, licúan, licúe, licúen…). Estas formas con hiato se documentan también en textos de autores de prestigio:
«Para que nuestras armas se adecúen mejor, debería quizá recurrir al chisporroteo abrasivo del panfletario y no conformarme con la sosegada crítica filosófica» (Fernando Savater Invitación a la ética [España 1982]).
«Un estómago que evacúa puntual y totalmente es gemelo de una mente clara y de un alma bien pensada» (Mario Vargas Llosa La tía Julia y el escribidor [Perú 1977]).
Por todo ello, aunque antes se consideraban exclusivamente correctas las formas con diptongo, hoy se aceptan también como válidas las formas con hiato.
¿Se escribe «Eres muy muy cruel» o «Eres muy, muy cruel»?
En nuestro afán por imprimir una mayor expresividad a nuestros mensajes, a menudo utilizamos recursos orales circunscritos al habla coloquial cuya escritura suele plantearnos dudas. Uno de esos recursos es la repetición. Repetimos letras para plasmar el alargamiento expresivo de un sonido, como en ¡Holaaa!, y algunas palabras para ponderar o enfatizar una cualidad o una cantidad. Así, un niño puede ser listo, pero nos asombra más si es listo listo; nos parece que una cama muy muy grande tiene mayor tamaño que una simplemente muy grande, y si alguien dice que lo contó todo todo (o todo todito) es que quiere asegurarnos que no dejó absolutamente nada por contar. Y de igual manera que no es lo mismo un azul que un azul pavo, puede no ser exactamente lo mismo un azul que un azul azul: «Los zopilotes rondaban en el cielo, que, de ser azul azul, empezaba a cambiar a azul pavo» (Eladia González Quién como Dios [México 1999]).
No se escribe coma entre los elementos repetidos en estas reduplicaciones enfáticas o expresivas, pues en ellas uno de los miembros del par modifica, de alguna forma, al otro; es decir, ambos elementos no son independientes sintácticamente, no están al mismo nivel: entre los dos sustantivos de Me gusta el café café o entre los dos adjetivos de Es guapo guapo no se debe poner una coma por las mismas razones por las que no la escribimos entre el sustantivo y el adjetivo en Me gusta el café auténtico o entre el adverbio y el adjetivo en Es sumamente guapo o Es muy guapo.
A diferencia de estas reduplicaciones, en las que el conjunto no significa exactamente lo que la palabra sola, hay otras en las que las voces repetidas desempeñan la misma función cada vez que se repiten, conservando su independencia significativa y sintáctica: ¡Vamos, vamos, daos prisa!; ¡No, no, no! Esto no puede ser; Chicos, chicos, chicos, un poco de paciencia; «¡Guapo, guapo!», gritaban sus admiradores. Estos segmentos repetidos, que manifiestan insistencia, sí se separan por coma.
Artículo determinado (El - La) - usos y casos
el. 1. Artículo determinado, también llamado definido. Antecede siempre al sustantivo y su función principal es asociar el contenido semántico de este con un referente concreto, consabido por los interlocutores: El cartero ha pasado hoy un poco más tarde; o con un referente genérico: El cerdo es un animal doméstico. Se trata de una palabra átona, que se escribe, por tanto, sin tilde, a diferencia del pronombre personal él, que es tónico y se escribe con tilde (→ tilde2, 3): Él me dijo que vendría. En español, el artículo presenta variación de género y número; estas son sus formas: el, la (masculino y femenino singular, respectivamente), los y las (masculino y femenino plural, respectivamente). Hay que señalar, no obstante, que la forma el es, en determinados casos y por herencia histórica, una variante del artículo femenino la (→ 2.1). Por su parte, lo suele considerarse como artículo neutro por su capacidad de sustantivar adjetivos y determinadas oraciones de relativo: lo malo, lo que está mal; para muchos lingüistas se trata, en cambio, de un pronombre.
2. Uso ante sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica
2.1. El artículo femenino la toma obligatoriamente la forma el cuando se antepone a sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica (gráficamente a- o ha-), con muy pocas excepciones (→ 2.3); así, decimos el águila, el aula o el hacha (y no la águila, la aula o la hacha). Aunque esta forma es idéntica a la del artículo masculino, en realidad se trata, en estos casos, de una variante formal del artículo femenino. El artículo femenino la deriva del demostrativo latino illa, que, en un primer estadio de su evolución, dio ela, forma que, ante consonante, tendía a perder la e inicial: illa > (e)la + consonante > la; por el contrario, ante vocal, incluso ante vocal átona, la forma ela tendía a perder la a final: illa > el(a) + vocal > el; así, de ela agua > el(a) agua > el agua; de ela arena > el(a) arena > el arena o de ela espada > el(a) espada > el espada. Con el tiempo, esta tendencia solo se mantuvo ante sustantivos que comenzaban por /a/ tónica, y así ha llegado a nuestros días. El uso de la forma el ante nombres femeninos solo se da cuando el artículo precede inmediatamente al sustantivo, y no cuando entre ambos se interpone otro elemento: el agua fría, pero la mejor agua; el hacha del leñador, pero la afilada hacha. En la lengua actual, este fenómeno solo se produce ante sustantivos, y no ante adjetivos; así, aunque en la lengua medieval y clásica eran normales secuencias como el alta hierba o el alta cumbre, hoy diríamos la alta hierba o la alta cumbre: «Preocupa la actitud de la alta burocracia» (Tiempos [Bol.] 11.12.96). Incluso si se elide el sustantivo, sigue usándose ante el adjetivo la forma la: «La Europa húmeda […] no tiene necesidad de irrigación, mientras que la árida, como España, está obligada a hacer obras» (Tortolero Agua [Méx. 2000]). Ante sustantivos que comienzan por /a/ átona se usa hoy, únicamente, la forma la: la amapola, la habitación. Ha de evitarse, por tanto, el error frecuente de utilizar la forma el del artículo ante los derivados de sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica, cuando esa forma derivada ya no lleva el acento en la /a/ inicial; así, debe decirse, por ejemplo, la agüita, y no el agüita. Este mismo error debe evitarse en el caso de sustantivos femeninos compuestos que comienzan por /a/ átona, pero cuyo primer elemento, como palabra independiente, comienza por /a/ tónica; así, por ejemplo, debe decirse la aguamarina, y no el aguamarina (→ aguamarina).
2.2. La fuerte asociación que los hablantes establecen entre la forma el del artículo y el género masculino —unida al hecho de la apócope frecuente de las formas femeninas del indefinido uno y sus compuestos alguno y ninguno ante sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica: un alma, algún hada, ningún arma (→ uno, alguno, ninguno)— provoca, por contagio, que se cometa a menudo la incorrección de utilizar las formas masculinas de los demostrativos este, ese y aquel delante de este tipo de sustantivos: este agua, ese hacha, aquel águila, cuando debe decirse esta agua, esa hacha, aquella águila. El contagio se extiende, en el habla descuidada, a otro tipo de adjetivos determinativos, como todo, mucho, poco, otro, etc.: «Desde que nacemos estamos […] con mucho hambre» (Nación [Arg.] 1.7.92), en lugar de mucha hambre; «El balón viajó por todo el área» (Mundo [Esp.] 30.10.95), en lugar de toda el área; «Había poco agua y su coste era bajo» (Tecno [Esp.] 3.01), en lugar de poca agua. Hay que tener presente que el empleo de la forma el del artículo no convierte en masculinos estos sustantivos, que siguen siendo femeninos y, por consiguiente, exigen la concordancia en femenino de los adjetivos a ellos referidos; así pues, debe decirse el águila majestuosa (y no el águila majestuoso), el acta constitutiva (y no el acta constitutivo), etc. El uso erróneo de la forma masculina del adjetivo es más frecuente, pero igualmente inadmisible, cuando el adjetivo va antepuesto al sustantivo: «Los niños […] pueden distinguir cualquier diferencia fonética e integrarla en un único área del cerebro» (Abc [Esp.] 10.7.97); debió decirse una única área del cerebro.
2.3. Hay algunas excepciones al uso de la forma el del artículo ante sustantivos femeninos que comienzan por /a/ tónica. A este respecto ha de tenerse en cuenta lo siguiente:
a) Se usa la y no el ante los nombres de las letras a, hache y alfa: «La p con la a, pa» (País [Esp.] 1.6.85); «La hache es muda» (Miguel Perversión [Esp. 1994]); Apretando estas tres teclas se obtiene la alfa con iota suscrita; ante los nombres propios de mujer, cuando llevan artículo (→ 4): «Era la Ana de los días gloriosos» (Aguilera Caricia [Méx. 1983]); y ante las siglas, cuando el núcleo de la denominación no abreviada (normalmente, la palabra representada por la primera letra de la sigla) es un sustantivo femenino que no comienza por /a/ tónica: «La APA [= Asociación de Padres de Alumnos] ha tomado esta decisión» (Mundo [Esp.] 1.3.94), ya que asociación es un sustantivo femenino cuya /a/ inicial es átona.
b) En el caso de los sustantivos que comienzan por /a/ tónica y designan seres sexuados, si tienen una única forma, válida para ambos géneros, se mantiene el uso de la forma la del artículo cuando el referente es femenino, ya que este es el único modo de señalar su sexo: la árabe, la ácrata. Si se trata, en cambio, de sustantivos de dos terminaciones, una para cada género, la tradición nos ha legado el uso de la forma el del artículo ante el nombre femenino, como en el caso de ama o aya: «Ya vienen hacia ustedes el ama de llaves y dos mozos» (Montaño Andanzas [Méx. 1995]); «La señora paseaba con el aya y el doncel don Domènec, en las plácidas tardes de otoño» (Faner Flor [Esp. 1986]). Sin embargo, en los sustantivos que, teniendo asimismo dos terminaciones, han comenzado a usarse solo recientemente en femenino, los hablantes, de forma espontánea, tienden a usar la forma la del artículo, pues se carece, en estos casos, de tradición heredada; es el caso de la palabra árbitra (→ árbitro), con la que los hablantes usan, espontáneamente, la forma la y no el: «Pilar Guerra Lorenzo, la árbitra de 16 años que el pasado sábado fue agredida salvajemente en Valladolid, […] medita no volver a dirigir ningún partido» (País [Esp.] 4.2.99). Es muy probable que la razón de que los hablantes digan, espontáneamente, la árbitra (y no el árbitra) sea que, perdida ya toda conciencia de que la forma el ante nombres femeninos procede, por evolución, de un femenino ela, en el sistema actual, la forma el se asocia exclusivamente con el género masculino y la con el femenino; quizá por ello, en los nuevos usos, cuando el sustantivo se refiere a seres sexuados, tiende a rechazarse la aplicación de la antigua norma.
c) Cuando el artículo acompaña a topónimos femeninos que comienzan por /a/ tónica (→ 5), el uso es fluctuante. Con los nombres de continente se emplea la forma el: «Existen […] diferencias grandes entre el África, el Asia y la América Latina» (Tiempo [Col.] 4.9.97); «Los pueblos del África subsahariana no habían desarrollado movimientos nacionalistas» (Tusell Geografía [Esp. 1995]); en el caso de las ciudades o los países, en cambio, se emplea con preferencia la forma la, que incluso forma parte del nombre propio en el caso de La Haya: «El Tribunal de La Haya rechazó la apelación libia» (Expreso [Perú] 15.4.92); «En la Ámsterdam lluviosa de ayer, este no era el único asunto» (Mundo [Esp.] 12.9.95); «Lo expulsaron de la Austria católica» (Paso Palinuro [Méx. 1977]).
3. Uso ante posesivos. En el español general actual, no es normal, y debe evitarse, el empleo del artículo ante determinantes posesivos prenominales, algo habitual en el español medieval y que hoy se conserva en determinados dialectos y en el habla popular de ciertas zonas: «A ese y a la su mujer los conocía mi Julio» (Quiñones Noches [Esp. 1979]); «Dos tiros tan solo le pegaron, por el su lado izquierdo: uno por el su cuello, otro por la su oreja» (Vallejo Virgen [Col. 1994]).
4. Uso con antropónimos. En la lengua culta, los nombres propios de persona se emplean normalmente sin artículo: Juan es un tipo simpático; No he visto a María desde el mes pasado. La anteposición del artículo, en estos casos, suele ser propia del habla popular: «Un señor mayor chiquiaba mucho a la María» (Medina Cosas [Méx. 1990]). No obstante, hay zonas del ámbito hispánico, por ejemplo en Chile, donde esta anteposición se da también en el habla culta, habitualmente en registros coloquiales y especialmente ante nombres de mujer: «Creo que las mujeres siguen siendo estupendas periodistas. Está la Patricia Verdugo, la Patricia Politzer» (Hoy [Chile] 8-14.12.97). La anteposición del artículo al nombre propio es obligatoria cuando este se usa en plural, con finalidad generalizadora: «Los Curros no tienen problemas y los Pacos sí» (Vanguardia [Esp.] 30.7.95); o cuando, en singular, el nombre propio va seguido de complementos especificativos o lleva un calificativo antepuesto: «El Pablo que yo conocía existió» (Pavlovsky Pablo [Arg. 1987]); «Como decía el gran Antonio Mingote en cierta ocasión […]: “Al cielo, lo que se dice ir al cielo, iremos los de siempre”» (Ussía Tratado III [Esp. 1995]). Por otra parte, en todo el ámbito hispánico es habitual que los apellidos de mujeres célebres vayan precedidos de artículo: «La Caballé preparó un recital “no demasiado largo”» (Abc [Esp.] 14.10.86).
5. Uso con topónimos. Ciertos topónimos incorporan el artículo como parte fija e indisociable del nombre propio, como ocurre en El Cairo, La Habana, La Paz, Las Palmas o El Salvador. Muchos nombres de países, y el de algunos continentes, pueden emplearse con o sin artículo, como es el caso de (el) Afganistán, (el) África, (la) Argentina, (el) Asia, (el) Brasil, (el) Camerún, (el) Canadá, (el) Chad, (la) China, (el) Congo, (el) Ecuador, (los) Estados Unidos, (la) India, (el) Líbano, (el) Pakistán, (el) Paraguay, (el) Perú, (el) Senegal, (el) Uruguay, (el) Yemen, etc. La preferencia mayoritaria por el uso con o sin artículo varía en cada caso, aunque con carácter general puede afirmarse que la tendencia actual es a omitir el artículo. Por otra parte, los nombres de comarcas, ríos, montes, mares y océanos van obligatoriamente introducidos por el artículo: la Amazonia, la Mancha, el Orinoco, el Ebro, los Alpes, el Himalaya, el Mediterráneo, el Pacífico, etc. En cuanto a si el artículo que acompaña a los topónimos se escribe con mayúscula o minúscula, y a su comportamiento cuando va precedido de las preposiciones a y de, → mayúsculas, 4.7. Al igual que ocurre con los nombres propios de persona, los de lugar geográfico que se usan normalmente sin artículo deben usarse obligatoriamente con él cuando llevan complementos especificativos o van precedidos de calificativos: «Los visitantes europeos […] eran bien acogidos en el Buenos Aires del período independiente» (Guzmán País [Arg. 1999]); «El suelo ibérico se trasformará en puente de la vieja Europa con un mundo insólito, rico en la variedad de sus tierras, productos y razas» (GaCortázar/GlzVesga España [Esp. 1994]).
6. Sobre la escritura con mayúscula o minúscula del artículo antepuesto a sobrenombres, apodos o seudónimos, → mayúsculas, 4.4; y a apellidos, → mayúsculas, 4.3.
7. Para las contracciones de preposición y artículo, → al y del.
8. Uso en construcciones partitivas. En construcciones partitivas del tipo «la mayoría de, el resto de, la mitad de, el x por ciento de, etc., + sustantivo», dicho sustantivo debe ir necesariamente precedido de artículo (o de otro determinante): la mayoría de los alumnos, la mitad de los lápices, el resto de sus hijos, el cuatro por ciento de los votantes, etc. En la lengua cuidada debe evitarse la omisión del artículo en estos casos: «La mayoría de productores los almacenan para la cosecha de primera» (Prensa [Nic.] 11.6.97); «Más de la mitad de familias carece de medios para tener una calefacción adecuada» (NCastilla [Esp.] 12.1.01).